viernes, 10 de octubre de 2014

Quién soy

Nací en una familia de clase media en la ciudad de México, en 1982. Mi madre había estudiado para educadora de niños preescolares en una escuela normal, después estudió psicología social en la UAM y después estudió una maestría en Letras Hispánicas en la UNAM (de la que salió con promedio de 10, por cierto). Mi padre, que a los 16 años había sido mecánico, había estudiado física y matemáticas en el Politécnico Nacional y para cuando yo nací trabajaba como investigador en el Centro Nuclear, en Toluca. 3 años y medio después de que yo naciera, nació mi hermano.
Mis dos familias son grandes, tengo como 7 u 8 tíos de cada lado. Mi familia por parte de mi madre era una familia de clase media que vivía en Clavería (aún sigue siendo una familia de clase media pero ya no viven en Clavería). Los niños estudiaron en escuelas oficiales y las niñas en escuelas privadas. Mi mamá, la hermana mayor, nacida en abril, el mismo día que Jacques Lacan, estudió en una escuela de monjas francesa. La escuela era francesa, las monjas eran mexicanas. A los 15 años se dio cuenta de que en realidad no creía nada de la Biblia ni de Dios, aunque había sido educada en esa religión.
La familia de mi padre era una familia de clase baja. Habían llegado a México alrededor de 1940, comunistas, pertenecientes al Ejército Republicano, exiliados, con nada más que peluches de los niños rellenos de joyas y dinero. Mi abuelo había luchado en la guerra, había dejado a mi abuela y a dos de sus hijas encargadas con su madre, en África, y había vuelto a España a pelear. No regresó hasta que la guerra estuvo perdida del todo. Entonces tomaron el que les dijeron que era el último barco a América en Casa Blanca. Mi abuela era la hermana menor del primer diputado electo en las cortes constitucionales de 1931 que sustituyeron la monarquía de Alfonso XIII. De apellido Pradal, eran una familia de Almería. Tuvieron 12 hijos. 4 murieron, algunos de ellos debido a la pobreza que enfrentaron después del exilio. Mi padre fue el onceavo. Mi abuelo Camilo (que hablaba 7 idiomas) nunca regresó a España. Mi abuela, Maruja, regresó invitada por el gobierno democrático a recibir el premio que no pudo recibir su hermano, quien había muerto en el exilio en Francia. Dijo que ésa no era la España que conocía y que nunca más iba a volver. Murió cuando yo tenía 10 años y fui testigo de su tristeza.
Mis otros dos abuelos, Ramón y Lulú Armenta, aún viven y tienen como 15 nietos. La familia de mi abuelo viene de Guerrero y la familia de mi abuela de Jalisco, aunque ambos nacieron en el DF.
Mi hermano y yo siempre estudiamos en escuelas privadas bilingües. No estamos bautizados, nos educaron sin religión y nos enseñaron de la historia lo que no venía en los libros de texto. Por ejemplo, las protestas estudiantiles. Mi padre se dedicó a la programación desde que trabajaba en el Centro Nuclear en la década de los 80 y las computadoras eran monstruos gigantes que había que mantener en un refrigerador. En mi casa hubo computadoras desde que yo era muy pequeña y mi hermano y yo en lugar de tener consolas de videojuegos, jugábamos juegos extraños que mi papá traía de Estados Unidos y que él mismo programaba en la computadora. Y que ningún otro niño conocía. En mi infancia viajamos mucho por México y muchas veces a Estados Unidos. A veces en esos viajes mi papá tenía que trabajar y mi mamá, que no sabía hablar inglés, nos mandaba a nosotros a comprar los helados. Para mí era una angustia tremenda a mis 9 años pararme enfrente de un mostrador y elegir un sabor. Creo que los pedíamos todos de chocolate (que es por cierto una palabra náhuatl). También conocimos Zacatecas, Aguascalientes, Veracruz, Chihuahua (Ciudad Juárez, antes de que sucediera lo que ahora sucede), Guerrero, Nuevo León, Durango, Quintana Roo, Michoacán, Puebla, Campeche, Chiapas y Tabasco (después) y, según consta en el álbum fotográfico, antes de que mi hermano naciera mis papás me llevaban con ellos a acampar a San Luis Potosí. Al ir creciendo yo viajé a Guanajuato y Oaxaca muchas veces, recorrí la península de Baja California y Baja California Sur, Sinaloa y Nayarit. Al crecer viajamos con mi papá por España y Portugal. Por mi parte conocí Francia, Alemania y Polonia. Con mi hermano viajé a Inglaterra. Y después mi papá y yo viajamos a Belice y Guatemala. Este año conocimos Uruguay, Chile y Ushuaia. También, una vez, pusimos nuestros pies en África.
Mi hermano y yo tuvimos dos primos argentinos. Aunque, exactamente, no eran argentinos. El hermano menor de mi papá, que estudió filosofía y que vive en Berlín desde hace más de 10 años, se casó con Lilí, quien a través de ese pequeño trámite pudo exiliarse en México por la dictadura de Videla. Los hijos de ella eran nuestros primos y a través de ellos conocimos la cultura argentina desde chiquitos. Si bien la cultura de los exiliados siempre es algo distinta de la cultura que se queda en el país de origen.
A los 7 años me fui a vivir a Cuernavaca, Morelos. A los 14 nos regresamos al DF. Terminé la escuela en el Colegio Ciudad de México, con 9,4 de promedio. El año en que me gradué todos nos graduamos con el “Bachillerato Internacional” que es un bachillerato supuestamente válido internacionalmente. Presenté el examen de selectividad para estudiar en España en 2002, sacando 8,1 de 9. Estudié dos años de filosofía en la Universidad de Salamanca. El promedio con el que terminé esos dos años fue “sobresaliente”. Lo dejé porque no me parecía que tenía el nivel académico que yo deseaba y regresé a México a estudiar filosofía en la UNAM. Mientras estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras trabajé en Tumbona, editorial independiente, y fui becaria del seminario de investigación Filosofía(s) y psicoanálisis. Terminé el 100% de los créditos en 2009 con promedio de 9,8. En 2010 trabajé como asistente del Dr. Carlos López Beltrán en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM. Con él conocí la revista Fractal (por dentro).
En 2011 tuve 7 trabajos y me llamaron de otro que nunca se concretó.
Torre Mayor
  • (1) En enero trabajé en el piso 37 de la Torre Mayor para la consultoría Deloitte. Mi trabajo consistía en corregir el código HTML de pequeñas publicidades que se enviaban mensualmente a los clientes. Era un trabajo muy sencillo, me pagaban $10,000 y me quedaba cerca de casa. En realidad no era un trabajo del que pudiera quejarme. Incluso había empezado a fantasear con mejorar un par de cosas bonitas ahí adentro. Disfrutaba vestirme elegante y poder comer todos los días saludablemente en los restaurantes de la Avenida Reforma. Lo dejé porque una amiga mía me llamó para ofrecerme un trabajo, también de administración de contenidos en web, pero en donde se me permitiría escribir. Se trataba de una empresa ecológica, me dijeron, y la paga era la misma. Así que bien, me disculpé y dejé el trabajo en Deloitte.
  • (2) En Zimat Consultores, en febrero, lo primero que hicieron fue presentarme un contrato de confidencialidad para que lo firmara y en donde decía claramente que si hacía público mi trabajo, podían demandarme. Después me pidieron que escribiera para dos páginas distintas: en la página oficial de la Supervía Poniente donde mi trabajo sería, teóricamente, facilitar la comunicación entre el proyecto, que era gubernamental, y la ciudadanía, todo ello basado en estudios competentes. Lo malo es que nunca vi los estudios competentes. La segunda página en donde tenía que escribir era una página aparentemente independiente, ecológica, que mostraba artículos ecologistas a favor de la Supervía Poniente. Me dijeron que no era necesario que firmara los textos con mi nombre. Así mismo hubo varias discusiones respecto a la “dificultad” de mis textos y constantemente se me pedía que simplificara mucho más lo que había que decir. Por si aquello no fuera poco, me pedían también que a través de Twitter combatiera al ejército opositor que (con toda razón) argumentaba voluntariamente en redes en contra de la construcción, que dañaría mantos acuíferos esenciales para la Ciudad de México, y se me señaló que si prosperaba podría hacer lo que muchos de mis compañeros que tuiteaban desde 7 u 8 cuentas falsas a la vez. Renuncié antes de que acabara el mes y nunca me pagaron. Nunca tuiteé desde cuentas falsas. Al principio entendí de qué iba el trabajo, pero me dije a mí misma que mi trabajo como filósofa es leer e interpretar, y que todo texto tiene múltiples interpretaciones. Que como cualquier abogado, mi trabajo consistía en encontrar las mejores interpretaciones para ellos. Desafortunadamente sólo hubo un texto que me presentaron y se trataba de un mamotreto legislativo lleno de trampas epistemológicas.
  • (3) En marzo conseguí trabajo de mesera. Fue el trabajo que más me gustó. Salía en ropa cómoda por las mañanas en bicicleta, en el camino le compraba fruta de temporada a unos señores ambulantes que traían fruta en su camioneta, y llegaba al restaurante más o menos a las 10:00 am y lo primero que hacía era tomarme un café y rebanar el pan calientito recién hecho. A partir de ahí todo eran delicias: acomodar las mesas, ponerles flores, sonreír a los clientes, cuidarles su comida, atender cada necesidad según sus particularidades (donde puse en práctica mis conocimientos de psicoanálisis) y, al final del día, recogía mis propinas y me sentaba a comer ahí mismo con el 50% de descuento. Después me regresaba a casa al caer la tarde sin ninguna otra preocupación más que lavar el mandil. Para mí que no tenía que pagar renta porque vivía en el departamento de mi papá en Polanco, que utilizaba el único tramo de la ciclovía que estaba construido (de Polanco a la Condesa) y que podía gastarme el dinero en comer ahí mismo, era el paraíso. No se crean, no soy tonta, entendía que mi caso era excepcional. Y por supuesto había algunas cosas que no me gustaban. La gerente del lugar, además de tratarme del culo, me había regañado ya varias veces por servir más vino del que correspondía. También me habían pedido que no desperdiciara mi tiempo separando la basura en orgánicos e inorgánicos, a pesar de que por ley hay que hacerlo y que el restaurante contaba con los botes correspondientes. Otra vez me regañaron por regalarle una bolsa de pan duro a una señora que iba pasando. Y a eso sumémosle la multitud de clientes que me trataban groseramente sólo porque parece que por principio así se tiene que tratar a los meseros.
  • (4) En agosto fui modelo en un taller de pintura. Por hora me pagaron mejor que en toda la vida y además era compatible con mi maravilloso trabajo de mesera.
  • (5) A finales de agosto me llamó un “activista social” al que conocía por redes (o sea por Twitter) para ofrecerme un trabajo de guionista de un nuevo noticiero en Canal 40. Así que dejé el trabajo de mesera. Trabajé tres semanas redactando guiones para el piloto de “Huella Digital 40”, un noticiero especializado en política por internet. Por ejemplo: en 2004 3 millones de madrileños se organizaron a través de teléfonos móviles para manifestarse, prácticamente de un día para otro, en contra del envío de tropas españolas a Irak. Lo sé porque yo también fui a esa manifestación. Ésa hubiera sido una gran noticia digital (pero ocurrió en 2004 y a mí el trabajo me lo dieron en 2011). ¡¿AHORA CUÁL FUE EL PROBLEMA CON ESE TRABAJO ALEJANDRA?! Pues a mí me gusta mucho leer Twitter, fíjese, y sobre todo cosas que tengan que ver con política. Tardaba una hora en llegar a mi trabajo. Por principios morales me iba en autobús y además sólo había que tomar uno. Así que, aunque trabajaba todo el día y llegaba exhausta a casa por las noches, disfrutaba mucho adelantar mi trabajo en el autobús con mi teléfono y mis audífonos. Lo único era que rogaba que no me robaran la computadora porque aunque (ya entonces) era viejita, no tenía para comprar otra. De hecho el trabajo lo acepté básicamente porque necesitaba dinero, en buen plan. El problema fue que mi jefe, Allan Nahum, y su Sancho Panza, Antonio Martínez, alias Marvel, me censuraban casi todas las noticias. Por ejemplo recuerdo mucho una, Anonymous había tirado la página de Defensa de Siria, me parece. Recuerden que era agosto-septiembre de 2011. Obvio tenían sus motivos. En lugar de esta nota me pidieron que escribiera sobre una nueva aplicación para apostar en Las Vegas. Hoy hay 200 mil muertos en Siria a causa de una guerra. La historia me da la razón pero yo ya en ese entonces sabía que la tenía. No renunciaba porque me urgía la lana. Había trabajado 3 semanas sin contrato confiando en la palabra de Antonio Marvel. Al término de las tres semanas Allan Nahum me llamó en privado para regañarme porque escribía como niña de primaria. Y me mostró un texto como prueba. El texto efectivamente parecía escrito por un no muy atento niño de primaria, el problema era que yo no lo había escrito. Tuvimos una discusión que tuvo originalmente posibilidades de llevarse con más armonía. Allan me interrumpió varias veces, alzó la voz y se alejó de mí gritándome que era una irresponsable y que me pusiera a trabajar. Roja, encendida, entre Hannia Novell y otros intelectuales famosos, a mitad de TV Azteca, encendí mi computadora del Pleistoceno y encontré los textos que yo había escrito ese día. Me dirigí inmediatamente al estudio donde Allan Nahum se hacía pendejo hablando con otras personas fingiendo que tenía cosas muy importantes que hacer y le enseñé mi computadora (que pesa un montón). Me despidieron en ese momento por mala actitud y jamás me pagaron un centavo. Fui entonces con Antonio Marvel. No a pedirle manzanas ni ciruelas ni elefantes, lo que le exigí fue que cumpliera con su responsabilidad. Casi tuve que hacer un escándalo para sacarlo del Starbucks. Cuando finalmente lo logré me dijo “y qué quieres que yo haga o qué” sin siquiera levantar la cabeza. Pues me fui a mi casa y decidida le di unfollow a los dos en Twitter. Y escribí uno o dos posts al respecto en mi blog.
  • (6) Apenas un par de semanas antes me había contactado “Pedro Miguel”, famosa figura en México representativa de la oposición política, editor de La Jornada, máximo periódico de izquierda en el país. Yo no lo busqué, él me buscó, me dijo que había leído mi blog y que le interesaba tallerear conmigo (y otros), (a veces), la editorial del periódico. Nos tomamos un café y yo le platiqué muy abiertamente, en épocas pre electorales, que para mí la única figura política importante de izquierda era el EZLN, que AMLO me parecía un señor bastante mediocre que estaba puesto ahí para perder las elecciones para que las ganara Peña, que el PRD era el mismísimo infierno, que me tenía absolutamente sin cuidado estar al pendiente lo que semejantes políticos tuvieran que opinar y no recuerdo si llegué al punto de mencionar que todos estaban financiados por el narcotráfico, extorsiones y crímenes de lesa humanidad semejantes. No sé cómo le hizo pero él concluyó que a mí sólo me interesaban las bicicletas (o las patinetas) y me aleccionó sobre la importancia de la política. Intenté defenderme en buena onda citando cosas como las plataformas móviles de la arqueología de Foucault, sin mencionar a Foucault claro porque no se trata de hacer sentir al otro imbécil y provocarle que te conteste algo así como que estás justificando ad hominem. Quedó de llamarme la semana siguiente. Como no lo hizo le llamé yo. Me dijo que en ese momento no tenía tiempo y que le llamara después. Así que le llamé al día siguiente y no me contestó. No volví a llamar.
  • (7) En octubre le corregí el estilo a dos libros de la Editorial Santillana. El responsable de mi trabajo, un tipo muy buena onda, me dijo que le gustaba cómo trabajaba y que incluso podía encargarme de las galeras. Que es un trabajo muy muy importante porque es la última corrección. Que sin embargo tendría que esperar un par de meses para recibir otros encargos porque así era la onda. Efectivamente me llamó meses después, pero yo ya no estaba en la Ciudad de México. Le contesté por email que ya no estaba en el DF y me deseó mucha suerte.
  • (8) En noviembre corregí un texto largo, aburrido y tonto para Editorial Lenguaraz. Fue el único trabajo decente que tuve en todo el año. Se disculparon por dejarme un texto tan malo (la publicación anual de superación personal de una empresa), pero, me explicaron, no era muy habitual que alguien ordenara la corrección de un buen texto y pagara por ello. Además se trataba de un texto grande y urgente, me dejaría buen dinero. Efectivamente, me pagaron puntualmente los $13,000 que correspondían y con ese dinero me fui de la ciudad.
  • (9) Diciembre. Terminé el año trabajando como bartender/mesera en una playa nudista en Oaxaca. (Yo trabajaba vestida). No me pagaban, el trato fue cambiar hospedaje y comida por trabajo. No me lo van a creer… pero ahí mismo me robaron mi cartera, mi dinero, las identificaciones, la tarjeta del banco y la libreta de apuntes de la tesis. No me lo van a creer, pero sólo me daban de comer una vez al día. No me lo van a creer, pero me hacían trabajar doble turno. No me lo van a creer, pero la dueña del lugar jamás bajó a hablar conmigo y como ningún otro de mis “jefes” era responsable, pues nadie pudo hacerse responsable. Tuve suerte de que no me robaran el coche. Trabajé ahí una semana. Tenía dinero en el banco, en Bancomer, la única cuenta de banco que he sacado y que tuve que sacar para trabajar en el Instituto de Investigaciones Filosóficas. Pero el banco no me permitía sacar dinero porque no tenía identificación. Fui al municipio a sacar un comprobante de identidad, pero como el banco sabe que le sacan comprobantes de identidad a cualquiera no me lo quiso aceptar. Tenía que viajar a la capital del estado, a 4 ó 6 horas de camino. Pero no podía llevarme el coche, que estaba lleno de cosas, porque no tenía licencia (porque me la habían robado). Así que pedí dinero prestado, le encargué mi coche a quien más me dio confianza y viajé a Oaxaca. De camino una banda de militares me detuvo, me tomó fotografías y me pidió que mostrara todo lo que tenía en la mochila. Me negué y lo único que les saqué de la mochila fue la Constitución Mexicana. Le pedí que me señala en qué lugar decía que estaba obligada a hacer eso o que, en su defecto, mostraran la orden de cateo firmada por un juez. Todo ello lo dije mientras un militar que parecía muy hermano de nuestros antepasados me aplastaba una cámara de video contra la cara. La discusión, si se le puede llamar así, duró más o menos 15 minutos. Finalmente mostré el contenido de mi mochila antes de que mis propios compañeros de combi me lincharan in fragantti. Abrí la mochila y la volteé toda de golpe. Lo que salieron no fueron armas ni drogas, como había dicho el señor militar que podía estar escondiendo en la mochila, sino pelotas de colores para malabarear y una muda de ropa. En el Ministerio Público de Oaxaca, después de hacerme esperar hasta que anocheció, no pudieron hacer nada por mí. Me dijeron que me regresara al DF. Les dije que no tenía dinero. Me dijeron que pidiera prestado. Les dije que no tenía a quién pedirle prestado porque estaba sola en la vida y tenía mi coche en la playa con todas mis cosas, mis libros, mis trastes para cocinar, mis cobijas, mis plátanos, todo, y que no podía regresar manejando sin licencia y que si lo dejaba más tiempo seguro me lo iban a robar. Me dijeron que no era su problema. Les dije que ni siquiera tenía dónde dormir y me mandaron al albergue de migrantes del padre Solalinde. Me encaminé al albergue sólo para saludar al señor y hacerle una entrevista, de paso, pero… ¿alguna vez han intentado llegar al albergue del padre Solalinde caminando a las 10 de la noche? Tuve un par de ángeles, dos prostitutas y como cinco hombres armados que sin ninguna palabra me aconsejaron que con esta carita de Polanco ni lo intentara. Y qué iban a saber ellos que estaba sola en la vida. Así que me regresé al centro. Me senté media hora en la plaza hasta que recordé que una amiga de una exnovia con la que me había peleado porque no tenía vasos de vidrio (sólo de plástico) para brindar por nuestro amor tenía un hostal (ecológico, aparte) en la ciudad. No recordaba la dirección así que me puse a caminar. Tardé bastante en encontrarlo. Casi creí que no lo iba a encontrar. Para cuando lo hice ya había enlistado mentalmente por lo menos tres veces las razones por las que me merecía eso (por ejemplo los vasos de plástico). Me dejaron dormir ahí. Le dije que se lo pagaría después pero me aseguró que no era necesario. Por la mañana hice todas las llamadas que pude al DF y aún no me explico cómo sucedió, pude contactar finalmente con una chica con la que una vez había salido a comer hace un par de años que resultó ser la sobrina del director de Bancomer en Oaxaca y la cosa se resolvió en media hora. Regresé a la playa y, escorpiona mediante, no me habían robado el coche. Sí, obvio le había preguntado su signo antes de dejarle mi coche. Ni en pedo se lo dejo a un géminis.
Fue así como llegué, contra todo pronóstico, al 2012.

Pasé enero y febrero trabajando primero en un bar de piratas y luego en una pizzería. En marzo trabajé vendiendo pan que alguien más hacía y se me ocurrió una excelente idea. Regresé a la pizzería para preguntar cómo se hacía el pan pero no me quisieron explicar. A finales de abril y sólo porque yo en verdad tengo conectes sospechosos con el universo, sentí una mañana la imperiosa necesidad de regresar al DF. Como sólo me quedaban $950, compré medio pollo con arroz y tortillas que me costó $25 y agarré pura carretera sin casetas. Salí en la mañana, 8 de la mañana. A las 9 de la noche me tomé un café en una gasolinera, me costó $10. Estacioné el auto debajo de mi edificio a las 4:00 am. Es que no tenía mapa y tuve que adivinar las rutas. A las 7:00 am me despertó el señor que trabaja de portero en mi edificio golpeando severamente el cristal del coche y preguntándome Dónde había estado señorita. Lo abracé. Entonces subí a mi departamento, abrí con mis propias llaves, que no había sacado de donde las guardé hacía 5 meses, y mi padre me preguntó lo mismo que el portero. Sabían que estaba bien porque había dejado una carta diciendo que me iba por mi propia cuenta (y que me llevaba el coche y la hamaca).
Un par de semanas después fui invitada al 132. Y una semana después de eso se llevó a cabo la marcha del 23 de mayo, con 19 mil estudiantes corriendo por las calles. Como había estado en los preparativos de la marcha, y aunque yo no me consideraba parte del 132, me sentí obligada (y lo estaba) a recorrer la marcha de principio a fin y ser testigo de cualquier incidente que pudiera producirse. Fue así como me encontré a un montón de amigos (y familiares). Entre ellos a Fernanda Martínez, a quien hacía por lo menos 6 años que no veía. Nos perdimos pronto entre la multitud pero casualmente volví a encontrármela una semana después frente al Teatro de la Ciudad. Me invitó a una tocada en su casa al siguiente jueves y desde entonces no he dejado de dormir con ella. Un año después nos casamos.
Durante los siguientes 3 meses trabajé únicamente para el 132. No sé por qué esa época me salieron ofertas de trabajos que tuve que rechazar porque estábamos, según yo, haciendo la revolución. Pero las cosas iban cada vez peor y a los no-líderes les molestaba visiblemente mi presencia. Me retiré del todo después del debate presidencial. Después ganó Peña, previsiblemente. Como yo estaba bien informada de la injerencia que había tenido el CISEN sobre el 132 en todo momento, y aunque no entendía bien por dónde iba la bola, Fernanda y yo nos ocupamos esos meses en hacer los preparativos para cambiarnos de país. Después, claro, de tener el teléfono intervenido y alguna visita incómoda a la casa. Y después claro de 6 años de matanzas impunes.
Fue así como el 8 de noviembre de 2012 llegamos a Buenos Aires. Una semana después llegamos a este pueblo de 600 habitantes donde no hay índices importantes de mortalidad. Y desde entonces hemos querido echar a andar una panadería no sólo ecológica, sino política y humanamente sustentable. Los problemas que hemos tenido para lograrlo han sido literalmente incontables porque se nos han salido de las manos y de la memoria, pero de eso ya mejor hablo otro día.
Por supuesto, la idea de quién soy no se resume únicamente en los trabajos y en los números que rodean mi vida. Aunque creo que he dado una imagen bastante completa.
PD: Aún estoy escribiendo mi tesis. Es sobre totalitarismo en México y patinetas.